Eran casi la 1.00pm y estaba el sol en todo su apogeo. Como de costumbre estaba evangelizando en una urbanización de Ponce y cuando llame a una casa salio un muchacho. Le entregue una tablita y brevemente le hable de Cristo. El muchacho me dijo que no me fuera pues en la parte posterior de la casa había una iglesia y pronto se acabaría el culto.
-Deseo que conozcas a nuestro pastor y él vea lo que estas haciendo... Me dijo.
De modo que espere por varios minutos bajo aquel sol de Ponce, de pronto se abrió la puerta nuevamente y salió el pastor encorbatado, afanado y sobre todo agitado diciendo:
-¡Siervo, no te puedo atender ahora, estoy vendiendo alcapurrias a los hermanos de la iglesia!.
Entonces cerró la puerta sin decir otra palabra. ¿Pueden imaginar lo que pensé? Así están las cosas... Un pastor recibe la visita de alguien evangelizando y su respuesta es: “No te puedo atender porque estoy vendiendo alcapurrias”. ¿Tendría temor de que se le fueran los feligreses y no pudiera vender sus alcapurrias? ¿Estaría preocupado por la dieta de estos? ¿Seria que no habían desayunado y todos estaban hambrientos y deseosos de comerse una rica y grasosa alcapurria?
Solo el Señor lo sabe, solo se que aquella experiencia me dejo un mal sabor. En verdad sentí vergüenza ajena. Fue entonces cuando recordé:
Lucas 10
38 Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. 39 Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. 40 Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. 41 Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. 42 Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.
por Serafín Alarcón
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