En una de esas tantas ocasiones en donde uno tiene que reparar algo en el hogar me sucedió lo inesperado. Intentaba restablecer la electricidad en una sección de la casa y recién restablecida la luz, se me acercó mi hijito Diego diciendo: !Papito, tu sí que eres grande!…
Al meditar sobre aquellas inocentes y sinceras palabras recordé como también Dios anhela que nos acerquemos a Él. Admito que en ocasiones con el paso de los años podemos sin darnos cuenta alejarnos de una relación íntima y vibrante con el Creador. Un primer amor empezando a desfallecer, carente de alabanza sincera y reconocimiento de la grandeza de nuestro Salvador. Hermanos, no podemos darnos el lujo de perder esa facultad de loar y de admirar el poder y la grandeza de nuestro Dios. Nunca debemos dejar de asombrarnos, de admirar y de percibir su gloria. Su sabiduría está a nuestro alrededor, desde la más sencilla flor hasta su poder milagroso para sanarnos una enfermedad o arrancar de nuestros corazones un añejo odio.
Jesucristo todos los días hace tantas maravillas para nuestras vidas y sin embargo las damos por contado. Abramos hoy nuestros ojos y dispongámonos a alabarle y aclamarle con todas las fuerzas de nuestro corazón. Con humildad acerquémonos a Él reconociendo su grandeza.
Sal 66: 1-4
Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. 2. Cantad la gloria de su nombre; Poned gloria en su alabanza. 3. Decid a Dios: !Cuan asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. 4. Toda la tierra te adorará, Y cantará a ti; Cantarán a tu nombre.
Por Serafín Alarcón
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